El BOLÍVAR Y PONTE DE CARLOS MARX.
Por: Pedro Arcila Poyer.
Hoy a pocos días de cumplirse un año de la partida de nuestro amigo Carlos Palomo, entrañable escudriñador de la historia y la filosofía, en una ocasión me invitó a ser moderador en un dilema en el cual se enfrascaron él y nuestro común amigo (inseparable hermano para Palomito): Carlos (osito) Narvaez; dilema para acuerdos y desacuerdos al que el propio sensei tituló: "Che Guevara: Mercenario o Revolucionario". Confieso que recabé tanta información como me fue posible, leí seguidores y detractores de Ernesto Guevara De la serna con la única condición de que la evidencia sobre su trayectoria no se basara en odios, fanatismos, ni conveniencia por parte de algunos "revolucionarios" con tarifa gubernamental de cualquier nacionalidad. La tertulia nunca se dio: no obstante, me permitió incluso recabar evidencias documentales para demostrar que el "Che" nunca se graduó de médico, aunque en el país hay varios centros de salud con el nombre de "Dr. Ernesto Che Guevara".
Este tema me habría gustado debatirlo con los compañeros de tertulia; aquellos que se declaran "marxistas-leninistas-bolivarianos". ¿Cuantos han leído realmente a Carlos Marx?. ¿Tienen conciencia de lo que pensaba Marx sobre Bolívar?. Para no abandonar la idea de Carlos Palomo de analizar y debatir sobre temas edificantes y apasionantes sobre la vida y esencia de hombres y pueblos, les traigo este artículo publicado en en el tomo III de The
New American Cyclopedia. Escrito
en enero de 1858. Apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231.
Digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo, y transcrito a
HTML por Juan R. Fajardo, febrero de 1999.en 1.858 por el padre de la teoría de praxis sobre el libertador Simón Bolívar. Espero sus opiniones para que los acuerdos, desacuerdos y dilemas no se marchiten y florezcan para alimentar nuestras diferencias y coincidencias con mucho respeto por el maestro.
Atentamente
Pedro Arcila Poyer
C. Marx
BOLÍVAR Y PONTE
(1858)
BOLÍVAR Y PONTE, Simón, el
“Libertador” de Colombia, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas y murió en
San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una
de las familias mantuanas, que en la época de la dominación española constituían
la nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los americanos
acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana edad de 14 años. De
España pasó Francia y residió por espacio de algunos años en París. En 1802 se
casó en Madrid y regresó a Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente
de fiebre amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa y
asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como empe rador, hallándose
presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de hierro de Lombardía.
En 1809 volvió a su patria y, pese a las instancias de su primo José Félix
Ribas, rehusó adherirse a la revolución que estalló en Caracas el 19 de abril
de 1810. Pero, con posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a
Londres para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico. El
marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones exteriores, en
apariencia le dio buena acogida. pero Bolívar no obtuvo más que la autorización
de exportar armas abonándolas al contado y pagando fuertes derechos. A su
regreso de Londres se retiró a la vida privada, nuevarnente, hasta que en
setiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las
fuerzas rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de
teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal
plaza fuerte de Venezuela.
Cuando los prisioneros de
guerra españoles, que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para
mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia
y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles
estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un
gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus
oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al
amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición
se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, a la
que ocupade inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento
inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de
julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió
nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de julio llegó Miranda a La
Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al
coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo
numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo
convencieron de que se quedara, por lo menos úna noche, en la residencia de
Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido,
Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados
armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron
y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo
engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz,
donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese
acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había
traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el
especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su
pasaporte, el jefe español declaró: “Debe satisfacerse el pedido del coronel
Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con laentrega de
Miranda”.
Se autorizó así a Bolívar a
que se embarcara con destino a Curazao, donde permaneció seis semanas. En
cornpañía de su primo Ribas se trasladó luego a la pequeña república de
Cartagena. Ya antes de su arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de
soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso
emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y reconocer a
Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta recibió una acogida
entusiasta; la segunda fue resistida, aunque finalmente accedieron, a condición
de que Ribas fuera el lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el
presidente de la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así
reclutados para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo.
La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose producido
rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién tenía el mando supremo,
el segundo se retiró súbitamente con sus granaderos. Bolívar, por su parte,
propuso seguir el ejemplo de Castillo y regresar a Cartagena, pero al final
Ribas pudo persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en
donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada. Fueron allí muy
bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el congreso los ascendió al rango
de generales. Luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marcharon
por distintos caminos hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos
recibían; los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas
partes, de reclutadores para el ejército independentista. La capacidad de
resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un lado porque las tres
cuartas partes de su ejército se componían de nativos, que en cada encuentro se
pasaban al enemigo; del otro debido a la cobardía de generales tales como
Tízcar, Cajigal y Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias
tropas. De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación,
logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al
mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las provincias occidentales. La
única sistencia seria la opusieron los españoles a la columna de Ribas, quien
no obstante derrotó al general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a
encerrarse en Puerto Cabello el resto de sus tropas.
Cuando el gobernador de
Caracas, general Fierro, tuvo noticias de que se acercaba Bolívar, le envió
parlamentarios para ofrecerle una capitulación, la que se firmó en La Victoria.
Pero Fierro, invadido por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus
propios emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500
españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó entonces
una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce
damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas
todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza
descubierta y agitando un bastoncillo en la man, fue llevado en una media hora
desde la entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó “Dictador y
Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela” –Mariño había adoptado
el título de “Dictador de las Provincias Orientales”–, creó la “Orden del
Libertador”, formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de
corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus
compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura
degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes
quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego
recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel
entusiasmo popular se transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del
enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de
agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortalede Puerto Cabello y al
ejército español sólo le quedaba una angosta faja de tierra en el noroeste de
Venezuela, apenas tres meses después el Libertador había perdido su prestigio y
Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición en sus cercanías de los
españoles victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante
Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los vecinos
caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba soportar más tiempo
el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza, por su parte, fundamentó en un
prolongado discurso “la necesidad de que el poder supremo se mantuviese en las
manos del general Bolívar hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera
reunirse y Venezuela unificarse bajo un solo gobierno”. Se aprobó esta
propuesta y, de tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.
Durante algún tiempo se
prosiguió la guerra contra los españoles, bajo la forma de escaramuzas, sin que
ninguno de los contrincantes obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814
Boves, tras concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde
los dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas. Boves las
encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin dilación. Tras una
breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas, mientras que Mariño se escabullía
hacia Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en las manos de Boves, que
destacó dos columnas (una de ellas al mando del coronel González) rumbo a
Caracas, por distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de
González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar evacuó a La
Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que zarparan para Cumaná y se retiró
con el resto de sus tropas hacia Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió
a los insurrectos en Arguita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó
furtivamente a sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y
por atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se embarcó
de inmediato en el “Bianchi”, junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas,
Páez y los demás generales hubieran seguido a los dictadores en su fuga, todo
se habría perdido. Tratados como desertores a su arribo a Juan Griego, isla
Margarita, por el general Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron
anclas nuevamente hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga
el coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin de
cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación, henchida de
frases altisonantes.
Habiéndose sumado Bolívar a
una conspiración para derrocar al gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa
pequeña república y seguir viaje hacia Tunja, donde etaba reunido el Congreso
de la República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en ese
entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes que se negaban a
suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras que Quito, Pasto, Santa
Marta y otras provincias todavía se hallaban en manos de los españoles.
Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de 1814 a Tunja, designado por el
congreso comandante en jefe de las fuerzas armadas federales y recibió la doble
misión de obligar al presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera
la autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el único puerto
de mar fortificado granadino aún en manos de los españoles. No presentó
dificultades el cumplimiento del primer cometido, puesto que Bogotá, la capital
de la provincia desafecta, carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había
capitulado, Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan.
En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una débil
guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas condiciones
defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para asegurar su propia huida;
los vecinos, por su parte, enviaron un mensaje a Bolívar participándole que, no
bien apareciera, abrirían las puertas de la ciudad y expulsarían a la
guarnición. Pero en vez de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal
como se lo había ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono
contra Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia cuenta
condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral de la República
Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro situado aproximadamente a tiro de
cañon de Cartagena. Por toda batería emplazó un pequeño cañón, contra una
fortaleza artillada con unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que
duró hasta comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus
efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el ínterin
una gran expedición española comandada por el general Morillo y procedente de
Cádiz había arribado a la isla Margarita, el 25 de marzo de 1815. Morillo
destacó de inmediato poderosos refuerzos a Santa Marta y poco después sus
fuerzas se adueñaron de Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815,
Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín
artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a este punto
de refugio publicó una nueva proclama, en la que se presentaba como la víctima
de alguna facción o enemigo secreto y defendía su fuga ante los españoles como
si se tratara una renuncia al mando, efectuada en aras de la paz pública.
Durante su estada de ocho
meses en Kingston, los genrales que había dejado en Venezuela y el general
Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas
españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera
fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de
condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su
calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este
hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brion. Para
prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres,
rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus
propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros
pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los
rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas
habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había
trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a
los esclavos, el presidente haitiano Pétion le ofreció un cuantioso apoyo
material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los
Cayos se encontró con Brion y los otros emigrados y en una junta general se
propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que,
hasta la convocatoria de un cóngreso general, él reuniría en sus manos los
poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los
expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como
comandante y Brion en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar
para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a
los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo,
Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en
Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una
junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe
supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816
desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar
se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra
Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brion se
hizo a la vela rumbo a Ocumare [de la Costa], adonde arribó el 3 de julio de
1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se
componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de
negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo
manifiesto, en el que prometía “exterminar a los tiranos” y “convocar al pueblo
para que designe sus diputados al congreso. Al avanzar en dirección a Valencia,
se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de
unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron
la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió “toda presencia
de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda
suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía
cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del «
Diana», dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de
Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio”. Los
reproches y exhortaciones de Brion lo indujeron a reunirse a los demás jefes en
la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron inamistosamente y Piar lo
amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin
tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos,
Brion logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares
venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque
simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como
comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y
no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816
Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos
proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día
4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en
sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada
que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se
concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brion le envió tanto armas
como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva
fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de
Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la
Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron
algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque
serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche
del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando,
que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento
de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por
los españoles, al igual que toda la guarnición.
Piar, un hombre de color,
originario de Curazao, concibió y puso en práctica la conquista de la Guayana,
a cuyo efecto el almirante Brion lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya
liberado de los españoles todo el territorio, Piar, Brion, Zea, Mariño,
Arismendi y otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y
pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brion, que detestaba a Piar y
se interesaba profundamente por Bolívar, ya que en el éxito del mismo había
puesto en juego su gran fortuna personal, logró que se designase al último como
miembro del triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de
ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde, alentado
por Brion, disolvió el congreso y el triunvirato y los remplazó por un “Consejo
Supremo de la Nación”, del que se nombró jefe, mientras que Brion y Francisco
Antonio Zea quedaron al frente, el primero de la sección militar y el segundo
de la sección política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que
otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de guerra por
deserción, no escatimaba sarcasmos contra el “Napoleón de las retiradas”, y
Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo. Bajo las falsas imputaciones
de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y
aspirado al poder supremo, Piar fue llevado ante un consejo de guerra presidido
por Brion y, condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su
muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia
insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en una carta
abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado, se dolió de su propia
rivalidad con el Libertador y apeló a la inagotable magnanimidad de Bolívar.
La conquista de la Guayana
por Piar había dado un vuelco total a la situación, en favor de los patriotas,
pues esta provincia sola les proporcionaba más recursos que las otras siete
provincias venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la
nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama conduciría a la
expulsión définitiva de los españoles. Ese primer boletín, según el cual unas
pequeñas partidas españolas que forrajeaban al retirarse de Calabozo eran
“ejércitos que huían ante núestras tropas victoriosas”, no tenía por objetivo
disipar tales esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún
no había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres, bien
armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo necesario para la
guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818 Bolívar había perdido unas doce
batallas y todas las provincias situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba
sus fuerzas, numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado.
Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás
subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la otra, y todo
parecía encaminarse a un descalabro total. En ese momento extremadamente
crítico, una conjunción de sucesos afortunados modificó nuevamente el curso de
las cosas. En Angostura Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada,
quien le solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la
población local estaba pronta para alzarse en masa contra los españoles.
Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el ínterin, llegó de
Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y
oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a
Angostura. Finalmente, el doctor [Juan] Germán Roscio, consternado por la
estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada en escena,
logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar, para el 15 de febrero de
1819, un congreso nacional, cuya sola mención demostró ser suficientemente
poderosa para poner en pie un nuevo ejército de aproxi madamente 14.000
hombres, con lo cual Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.
Los oficiales extranjeros
le aconsejaron diera a entender que proyectaba un ataque contra Caracas para
liberar a Venezuela del yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus
fuerzas de Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo
cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las guerrillas
de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese plan, Bolívar salió el
24 de febrero de 1819 de Angostura, después de designar a Zea presidente del
congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. Gracias a las
maniobras de Páez, los revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en
Achaguas, y los habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus
tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de Páez dieron por
resultado la ocupación de la provincia de Barinas, quedando expedita así la
ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo estaba preparado por Santander, las
tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el
destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23
de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar
entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se
habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la
ciudad fortificada de Mompós.
Luego de dejar en funciones
al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe Bolívar
marchó hacia Pamplona, donde paso mas de dos meses en festejos y saraos. El 3
de noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los jefes
patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un tesoro de unos
2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante
contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente 9.000
hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y
otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo
privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres,
las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por
ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San
Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta
Calabozo, de modo que ambos estados mayores, enemigos se encontraban apenas a
dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución,
sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero
prefirió prolongar la guerra cinco años más.
En octubre de 1819 el
congreso de Angostura había forzado a renunciar a Zea, designado por Bolívar, y
elegido en su lugar a Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó
con su legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi, cuya
fuerza se reducia a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita e invistió
nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor Roscio, que había
fascinado a Bolívar con las perspectivas de un poder central, lo persuadió de
que proclamara a Nueva Granada y Venezuela como “República de Colombia”,
promulgase una constitución para el nuevo estado –redactada por Roscio– y
permitiera la instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de
enero de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure. El
súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los españoles que un
número diez veces mayor de colombianos, brindó a Morillo una nueva oportunidad
de concentrar refuerzos. Por otra parte, la noticia de que una poderosa
expedición a las órdenes de O’Donnell estaba a punto de partir de la Península,
levantó los decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de
fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no conseguir nada
durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de Europa la noticia de que la
revolución en la isla de León había puesto violento fin a la programada
expedición de O’Donnell. En Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían
adherido al gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la
fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las 8
provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el estado de cosas
cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró con él en tratativas que
tuvieron por resultado, el 25 de noviembre de 1820, la concertación del
convenio de Trujillo, por el que se establecía una tregua de seis meses. En el
acuerdo de armisticio no figuraba una sola mención siquiera a la Republica de
Colombia, pese a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la
conclusión de ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía
previamente la independencia de la república.
El 17 de diciembre,
Morillo, ansioso de desempeñar un papel en España, se embarcó en Puerto Cabello
y delegó el mando supremo en Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar
escribió a Latorre participándole que las hostilidades se reiniciarían al
término de un plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en
Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre San Carlos
y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas, Latorre sólo había
concentrado su primera división, 2.500 infantes y unos 1.500 jinetes, mientras
que Bolívar disponía aproximadamente de 6.000 infantes, entre ellos la legión
británica, integrada por 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el
mando de Páez. La posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que
propuso a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea que,
sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una columna constituida
fundamentalmente por la legión británica, Páez, siguiendo un atajo, envolvió el
ala derecha del enemigo; ante la airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fúe
el primero de los españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta
llegar a Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un rápido
avance del ejército victorioso hubiera producido, inevitablemente, la rendición
de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió su tiempo haciéndose homenajear en
Valencia y Caracas. El 21 de setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena
capituló ante Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela –el combate
naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de Puerto Cabello
en julio de 1824– fueron ambos la obra de Padilla. La revolución en la isla de
León, que volvió imposible la partida de la expediúión de O’Donnell, y el
concurso de la legión británica, habían volcado, evidentemente, la situación a
favor de los colombianos.
El Congreso de Colombia
inauguró sus sesiones en enero de 1821 en Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la
nueva constitución y, habiendo amenazado Bolívar una vez mas con renunciar,
prorrogó los plenos poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la
nueva carta constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de
Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser desalojados del
istmo de Panamá por un levantamiento general de la población. Esta campaña, que
finalizó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se
efectuó bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos
éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los
oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las campañas
contra los españoles en el Bajo y el Alto Peru –1823-1824– Bolívar ya no
consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó
en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringio sus
actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de
constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones
del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura;
gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como
presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en
parte con el reconocimiento oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte
por la conquista de las provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó a las
últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a
las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo
y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba
trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a
raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último
mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia,
pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas
pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia,
protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide
de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas,
o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los
enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de
Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una
acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una
revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio
Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la
constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo
además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para
combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto
Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo
proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por
ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de
noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.
En el año 1826, cuando su
poder comenzaba a declinar, logro reunir un congreso en Panamá, con el objeto
aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron
plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala,
etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una
república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio
vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le
escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombiams destacadas en el Perú,
al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el
Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los pruanos
eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los
bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso
una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a
este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y
separó las deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por
Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara
trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje
cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos
poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de
reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio,
los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo
cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa
de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el
que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al
mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran
medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del
poder si ésta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos
abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado
Bolívar, lo invisteron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona
de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó sólo
porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente,
le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar.
Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que
éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general
Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por
ser hombre de color no podía ofrecer resu tencia alguna.
En 1829, la encarnizada
lucha de las facciones desgarra ba a la república y Bolívar, en un nuevo
llamado a la ciudadanía, la exhortó a expresar sin cortapisas sus deseos en lo
tocante a posibles modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese
manifiesto, una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó
públicamente su ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno,
proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó al frente
de la primera al general Páez. El Senado de Colombia respaldó a Bolivar, pero
nuevas insurrecciones estallaron en diversos lugares. Tra haber dimitido por
quinta vez, en enero de 1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó
a Bogotá para guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines
de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se
había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo
esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. No bien Bolívar se enteró
de que Páez proyectaba combatir seriamente, flaqueó su valor. Por un instante,
incluso, pensó someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero
decreció el ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio
obligado a presentar su dimision ya que se le dio a entender que esta vez
tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que se retirara al
extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27 de abril de 1830, por
consiguiente, presentó su renuncia ante el congreso. Con la esperanza, sin
embargo, de recuperar el poder gracias a la influencia de sus adeptos, y debido
a que se había iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el
nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de Bogotá y se
las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta fines de 1830, momento
en que falleció repentinamente.
Ducoudray-Holstein nos ha
dejado de Bolívar el siguiente retrato: “Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro
pulgadas de estatura, su rostro es enjunto, de mejilla hundidas, y su tez
pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en
las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz,
particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su
aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los
brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o
sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces
se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y
maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los
ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete
consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar
brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior,
resulta completamente exento de pasioness y arranques temperamentales. Entonces
se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus
defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee
un talento casi asiatico para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres
que la mayor parte de sus compatriotas.”
Por un decreto del Congreso
de Nueva Granada los restos mortales de Bolívar fueron trasladados en 1842 a
Caracas, donde se erigió un monumento a su memoria.
Véase: Histoire de Bolivar par Gén. Ducoudray-Holstein, continuée jusqu’á sa mort par
Alphonse Viollet (Paris, 1831); Memoirs of Gen. John Miller
(in the service of the Republic of Peru; Col. Hippisley’s Account of his Journey to the
Orinoco (London, 1819).